De Acuerdo con Hart (1993), en los niveles más bajos de la escalera de la participación, se encuentra la participación manipulada, decorativa y simbólica, los cuales son modelos de no participación, dado que la ciudadanía puede ser utilizada con fines electorales o propagandísticos o en los casos en que a la población se le da espacio para expresarse (por ejemplo, a través de muestra artística o reconocimientos simbólicos) pero su participación no tiene ninguna incidencia en la discusión pública.

En los siguientes niveles se ubica la participación con fines informativos y de consulta, en los que según Hart sí existe participación genuina, sin embargo, los espacios de participación no promueven el involucramiento ciudadano, ni la incidencia en la toma de decisiones, es decir, el papel de la ciudadanía es pasivo, ya que solo se le informa o se socializa con ellos un proyecto.
Escalones más arriba se ubican los espacios de participación en los que la ciudadanía tiene un rol más activo, y tiene la posibilidad de opinar, proponer y decidir, pero siempre a través de iniciativas impulsadas por la entidad gubernamental u otros. Llegar a este nivel de participación implica diseñar metodologías que permitan que todos los participantes puedan aportar desde su visión propia al proyecto que se desea implementar y propiciar espacios para que la ciudadanía se involucre en la toma de decisiones.

Finalmente, los últimos escalones de la escalera de la participación evidencian un mayor involucramiento y empoderamiento ciudadano, ya que en estos niveles las iniciativas y proyectos son impulsados por la propia ciudadanía o son el resultado de auténticos procesos de co-creación y co-gestión entre el Gobierno y la ciudadanía.